domingo, 31 de enero de 2016

EN LA NIEBLA (SEGUNDA PARTE)


EN LA NIEBLA           (SEGUNDA PARTE)

Resultó que el doctor sabía perfectamente lo que se hacía, nos guió hasta el hospital de manera eficaz y hablándome con tanto tacto como si fuera un amigo de toda la vida.

Yo solo podía fijarme en la cara de Martín, seguía cogiéndole la mano incluso con demasiada fuerza, aquella mano que me había devuelto a una vida que por un momento no había dejado de vivir; Tan atento a mi amigo iba que no reparé en los edificios de piedra gris que aparecían entre la espesa niebla con la que parecía que Handem había decidido recibirnos. Casi como si la propia urbe tratase de decirnos que aquél no era nuestro sitio.

Lo siguiente que recuerdo es encontrarme en una sala de espera de un color tan blanco como el de la cal. Allí, sentado sobre una silla de madera que se quejaba de manera constante ante cualquier movimiento, mis ojos se habían quedado clavados sobre la puerta acristalada tras la que estaba la consulta en la que estaban intentando que Martín mejorase.

Alguien tosió a propósito a mi lado, con el fin de llamar mi atención, por lo visto llevaba un rato intentándolo sin éxito. Al escucharlo me encontré con la mirada del hombre del pañuelo y la cicatriz, con la diferencia de que este último lo sostenía en la mano tal vez como un gesto de empatía hacia el chico, e incluso hacia mí. Pero aquella empatía no podía ser recíproca, sabía lo que acababa de hacer por nosotros pero recordaba con impotencia la reacción de aquél hombre dejando que la anciana acabara en el fondo del agua.

-Solo quería decirle que me marcho de nuevo y que mañana vendré con los demás.

Aunque lo intenté fui incapaz de articular palabra alguna.

-Tranquilo- intentó calmarme-, no tiene porque sentir simpatía alguna por mí, no he hecho esto esperando agradecimiento; Tampoco espero que comprenda nuestra forma de hacer las cosas, lo que sí le puedo asegurar es que el niño se va a poner bien.

El hombre de la cicatriz se volvió a poner el pañuelo sobre su dorada cabellera, y sin esperar contestación se marchó.

Me hubiese gustado preguntarle cómo sabía aquello, pero al mismo tiempo me convenía creer que decía la verdad; Llegado el momento nos acogemos a la fe o a las teorías que hagan falta siempre que estas nos convengan.

En cualquier caso, sentía una repulsa total por aquello que aquél hombre denominaba “su forma” de hacer las cosas. Me parecía una forma burda de excusarse.

Recuerdo que el tiempo se estiró hasta lo indecible haciendo eterna mi espera, da igual lo que me cuenten, he vivido lo suficiente para saber que este se estira o se contrae a conveniencia.

Cuando la puerta se abrió mi corazón se desbocó como un caballo salvaje, algo que se acentuó cuando la enfermera que salía me dirigió aquella mirada de preocupación sin siquiera pararse a hablar conmigo.

-Pase amigo- escuché la voz del doctor.

Accedí a una estancia con una camilla en su centro  y una mesa de escritorio al fondo tras la que se encontraba sentado Fredson. Había también un par de puertas laterales y vitrinas llenas de frascos y utensilios médicos, pero no, Martín no estaba allí.

-Si busca al chico no lo va a encontrar- dijo mientras parecía escribir algo en un folio.

Me dejé caer, totalmente abatido, sobre una de las sillas que se encontraban libres.

-¿Cuándo ha sucedido?- pregunte con voz temblorosa.

-¿A qué se refiere?- me preguntó mirándome con curiosidad.

El doctor abrió los ojos de par en par cuando se dio cuenta de lo que yo había entendido.

-Oh, no no no. ¡Disculpe usted mi torpeza a la hora de explicarme! Quería decir que le hemos trasladado a una sala de ingresos.

Creí en ese mismo momento que me caía al suelo, todo pareció girar a mi alrededor a la velocidad de la luz durante unos segundos. El hombre se percató de mi estado y se levantó para intentar mantenerme en pié.

-Estoy bien, estoy bien- dije levantando la mano-, ¿se va a poner bien?

-Es difícil saberlo- comenzó a decir llevándose las manos a los bolsillos-, pero hemos conseguido bajarle la temperatura corporal y eso ya es un gran logro. El chico es fuerte.

-Puedo dar fe de ello- aseveré.

-Ahora la medicación que le estamos suministrando debería de ayudar a las defensas de su cuerpo a luchar contra la infección que ha desarrollado.

-¿Puedo verle?

-Claro, acompáñeme- me indicó.

Seguí al buen doctor a través de los pasillos del edificio sin apenas fijarme en el camino, un camino que más adelante me aprendería de memoria. Llegamos a una sala con una docena de camas separadas entre ellas tan solo por unas roídas cortinas blancas. La sala estaba prácticamente vacía y allí, al fondo, pude verle. Mi amigo descansaba con la cabeza vuelta hacia un lado y parecía respirar con dificultad pero de manera regular.

¡Qué cruel me pareció aquella estampa! Ver a alguien que siendo una magnífica representación de lo que es estar vivo, se encontrase tan apagado. La piel de su cara tenía un color más blanco de lo normal y sus labios ya no mostraban aquella magnífica sonrisa.

-¿Cuánto tiempo puede estar así?

-Eso depende de hasta donde haya llegado la infección y de lo fuerte que sean las defensas del chico. Esta guerra se librará dentro de él- explicó mientras intentaba reprimir un bostezo-, lo mejor es que se despierte cuanto antes. En unas horas, un par de días como muy tarde. Por mi experiencia, la gente que está inmersa en este tipo de “sueño” y no se despierta en esos primeros días ya no lo hace.

-¿Jamás?- pregunté alarmado.

-Algunos nunca, pero usted no ha de pensar en eso. De nada serviría en cualquier caso. Y como ya ha podido experimentar el tacto en el dialogo no es mi fuerte- explicó intentando sonreír-, ahora ambos deberíamos descansar. Yo intentaré hacerlo en el camastro de mi consulta, a estas horas no voy a encontrar transporte alguno que me lleve de vuelta a mi casa. Usted puede recostarse en la sala de espera, siento no poder proporcionarle un lugar mejor por el momento.

-Al contrario, no sé como agradecerle todo lo que está haciendo, si no fuese por usted..- mis palabras dejaron de salir de mi garganta.

Fredson apoyó su mano sobre mi hombro de manera suave y se marchó decidido.

-Ah, una cosa más- dijo, cuando salía por la puerta-, intente no enemistarse con las enfermeras de esta planta, aunque me han asegurado que no, yo creo que algunas muerden.

Eché un vistazo a la sala de espera y vi que estaba presidida por una decena de incómodas sillas. A los lados había un par de butacones acolchados que me parecieron lo más aceptable para descansar o al menos intentarlo.

Antes de parpadear un par de veces caí de puro cansancio en un profundo pero perturbador sueño. Cada noche de los días que estuve esperando a que mi amigo recobrara la consciencia el mismo sueño angustioso venía a mi mente; En el sueño, la anciana del río intentaba hablarme, decirme algo importante, pero yo no podía distinguir qué era, me encontraba demasiado lejos de ella.  Y entonces lo veía, veía a Martín cogido de la mano de la mujer y antes de alcanzarlos ambos se hundían en las profundas aguas de aquél río que yo nunca lograba alcanzar.

Me despertaba de aquella pesadilla agitado y disgustado, repitiéndome a mí mismo que solo era un maldito sueño. A veces despertaba y comprobaba que apenas habían transcurrido unos minutos, otras abría los ojos cuando los primeros rayos del sol se colaban por la ventana.

Pero la vida transcurría fuera de mi pequeño mundo, al final tardaron casi dos días en llegar, desconozco el motivo de tal retraso, pero cuando mis compañeros de peregrinaje llegaron, no hubo nadie en la ciudad que no se enterase; Ese día el hospital cambió su acostumbrada paz y sosiego por un trasiego constante de enfermos, acompañantes y enfermeros. El personal no estaba preparado para tal volumen de trabajo y eso se reflejaba en sus caras; Sin embargo el estrés no era lo único que provocaba aquellos malos gestos continuos, había algo más, algo más sucio e igualmente humano, rechazo.

Los nuevos invitados sin embargo comenzaron a llenarse de energía, tal vez no de la misma manera que antes de la tragedia, pero ahora que eran conscientes de que habían sobrevivido parecían  de nuevo agradecidos por ello; Los más afortunados habían conseguido llegar con su familia al completo, y aquella ciudad se les presentaba como una segunda oportunidad para ellos y sus descendientes. Aquella primera semana, ninguno de ellos se daba cuenta del problema que crecía y crecía silencioso por cada rincón de la ciudad.

Yo, por mi parte, intentaba trabar conversación con el personal del hospital sin mucho éxito, solían responderme, los más educados, con simples movimientos de cabeza. Sin embargo durante aquellas largas noches logré ganarme la simpatía, llamarle simpatía tal vez sea desmesurado, de la enfermera que cuidaba de Martín; Una mujer joven y vivaracha pero con un rigor mortis perpetuo en su rostro, sus dientes debían de estar a punto de quebrarse bajo la presión a las que lo sometía su mandíbula. Con todo, se trataba de una buena profesional y su trato con los demás, especialmente con los pacientes, era más que correcto.

Creo recordar que fue durante la cuarta noche cuando conseguí reunir el valor suficiente para preguntarle a qué se debía aquella reacción. Pregunté con sinceridad y me pagó con la misma moneda, una breve explicación sobre porqué para la ciudad era malo recibir en aquellos momentos a tanta gente, que apenas tenían para los “de allí” y aquello les ponía en peligro a todos, acabó su horrenda explicación con una frase que después escuché cientos de veces y que ya nunca pude olvidar.

-No crea que no siento lo que les ha sucedido, pienso que es horrible, pero nosotros no tenemos la culpa.

Desde esa noche tres cosas me atormentaban sin cesar y por el siguiente orden, la enfermedad de mi amigo, el sueño de la anciana y las palabras “nosotros no tenemos la culpa”.

Al séptimo día, aunque suene pomposa tal introducción, todo cambió, y no precisamente a mejor. Comenzaba a anochecer, eso intuía, ya que me había resistido a recorrer las calles de aquella ciudad en la que todavía no me sentía cómodo. Es como cuando alguien te encuentra una casa, una buena casa y tú sin embargo no has sido partícipe de su elección, esa casa jamás será realmente tu casa. Llámenle ego u obstinación, pero así es de manera irremediable.

Siete días eran mucho tiempo para que el muchacho siguiera sumido en aquél trance del que no parecía poder ni querer salir. El doctor Fredson, del que solo guardo buenos recuerdos y al que siempre estaré agradecido, me acompañaba en multitud de ocasiones, invitándome incluso a comer con él; Puedo decir, sin miedo a exagerar, que se convirtió en algo muy parecido a un buen amigo. Yo me aferraba a sus constantes ánimos como última esperanza y él a cambio parecía muy interesado en saber todo sobre la vida que había llevado en la que hasta hacía poco había sido mi casa.

Intentaba por todo los medios centrarme en mi amigo y apartar de mí la melancolía que amenazaba con atenazar mi corazón a cada instante. A pesar del trajín que había traído consigo la llegada de los refugiados, la mayoría se habían recuperado de sus lesiones y magulladuras, solo los más enfermos continuaban allí postrados.

Bien, como suele ser habitual en mí, he dado un rodeo excesivo para contar algo bastante sencillo, como siempre he dicho, se puede saber escribir y sin embargo no tener talento alguno para ello.  Como decía, comenzaba a anochecer y no recuerdo que leía en aquél momento, de lo que se deduce que dicha lectura no me causo una gran impresión. En cierto momento noté un alboroto de gente corriendo y hablando en voz alta, por el tono de las voces  estaba claro que algo grave había sucedido.

Cuando el ruido cesó salí al pasillo para saciar mi curiosidad y allí me encontré de frente con la enfermera que cuidaba normalmente de Martín, pero en esta ocasión, su uniforme blanco se encontraba totalmente manchado de sangre.

-¿Qué ha sucedido?

-Ha sido uno de los suyos, ¡le ha clavado un cuchillo a un pobre anciano!- espetó con rabia.

Pese a que mi mente seguía estando en otra parte, comenzaba a darme cuenta de que nos encontrábamos ante el comienzo de un verdadero problema. Tal vez nos habíamos precipitado al pensar que Handem podía ser nuestra nueva casa, o como mínimo no habíamos reparado en el precio que deberíamos pagar por ello.

Los enfermos con los que me cruzaba al pasar cerca de sus camas me miraban con la misma expresión de preocupación que yo les miraba a ellos, y ante sus preguntas solo podía contestarles aquello que mi amiga amargada había dicho; Fue casi como si Martín por un momento hubiera pasado a segundo plano, por mi cabeza pasaban las palabras de la enfermera, expresadas de la forma en la que uno habla cuando se ha estado conteniendo durante tiempo y acaba desahogándose. La cuestión es que, si así era, estaba claro lo que aquella mujer sentía y por lo tanto lo que muchos de los habitantes de Handem albergaban en sus corazones.

De alguna forma, a pesar de no ser afín a ningún tipo de religión, recé porque aquella persona malherida se salvase.

El silencio que durante las siguientes horas  se hizo el dueño de todo el edificio, dejaba patente el estado de tensión e incertidumbre que vivíamos; Y el hecho más alarmante de todos es que mi amigo el buen doctor se había saltado su visita diaria. No fue hasta ya entrada la madrugada que volví a ver a Fredson, se sentó a mi lado resoplando y secándose con un pañuelo las gotas de sudor que empapaban su frente.

Su expresión me contó aquello que quería saber, y aquellos gestos los acompañó con varios tragos de algo que contenía la pequeña petaca que acababa de sacar de un bolsillo; Me ofreció un trago de aquello que por el aliento del hombre, debía de tener un alto porcentaje de alcohol, invitación que decidí declinar.

-Ha muerto- dijo sin mirar a ningún sitio en concreto.

-Seguro que han hecho ustedes todo lo que estaba en sus manos para salvarle la vida- intenté consolarle de manera bastante torpe.

-Brindo por eso- dijo dando un nuevo trago.

Decidí guardar silencio ante mi transitoria falta de repertorio dialéctico, y un rato después Fredson tomó la palabra de nuevo.

-Sé que estamos evitando hablar del tema, pero ambos sabemos que Martín lleva demasiado tiempo sin despertar, lo siento pero de seguir así me veré obligado a cambiarle de planta. Voy a mandar que esta noche le dejen dormir junto a la cama de su amigo, le pondré una butaca que tengo en mi despacho, no es muy cómoda que se pueda decir pero será mejor que pasarse plantado toda la noche sobre una silla. Y la verdad, no me apetece acabar teniéndole a usted también de paciente.

Aquél gesto, aunque fue recibido con agrado también me causo cierta inquietud.

-No creo que el personal se lo tome muy bien.

-Sí- dijo sonriendo-, supongo que se refiere a la enfermera Getts. ¡Al diablo con esa amargada! Sé que es poco científico, pero estoy seguro de que de alguna forma su actitud hace que los enfermos de esta planta sigan estándolo.

-En todo caso, de verdad que no quiero causar molestias, si no puedo quedarme en la sala esta noche puedo esperar a las siguientes.

-Creo que no es consciente de lo que está sucediendo, puede que esta sea la última noche que pueda pasar en este hospital- dijo mirándome con cara de estupefacción-, acaba de morir un anciano acuchillado y un par de testigos juran haber visto a uno de sus compañeros perpetrando tan horrible acto.

-Sí, la enfermera me lo dijo antes. Siento los problemas que les estamos causando.

El doctor me miró con los ojos totalmente abiertos y llenos de indignación.

-Pero, ¿de qué está hablando? Hágame un favor, ¡jamás y le digo jamás, se le ocurra darle la razón a los tarados que usan las desgracias para sacar rédito de ello! Tenga un poco de orgullo, un poco de amor propio, vienen ustedes de sufrir una tragedia, y puede que lo que cuentan de ese tipo sea cierto o no, pero que me aspen si una persona así les representa a usted o a ese chico que está inconsciente a unos metros de aquí.

El tono con el que el doctor se estaba expresando hizo que más de un enfermero se asomasen y  miraran con desaprobación.

-¿Sabe usted cuantas personas han muerto este año en esta ciudad, apuñaladas, estranguladas o a golpes? Yo se lo diré, ¡casi una treintena! Y alguien pudiera pensar que eso es representativo de esta ciudad, pero le aseguro que yo no voy matando a gente por ahí, ¡aunque a veces me entren ganas!

Mientras el hombre hablaba, una enfermera que nos pedía silencio tuvo que hacer gala de sus reflejos al esquivar la petaca que el doctor le había lanzado a los pies.

-De verdad se lo digo- prosiguió algo más calmado-, esto se va a poner muy feo. Conozco a la gente de Handem, y algunas de esas personas hacen que en ocasiones me alegre de no poder ser padre, sé de muchos de ellos que esperaban a que pasara lo de esta noche. Y por desgracia yo no tengo el poder de ponerle a usted a salvo, pero sí le puedo dar una noche cerca del chico. Usted preocúpese de sus problemas que no son pocos, yo lidiaré con los míos- terminó de hablar señalando con la mirada a una de las enfermeras que pasó cerca de nosotros.

Y si hay algo más que pueda decir de aquella noche es que, como siempre, el doctor mantuvo su palabra; Eso y que las pesadillas siguieron, yo diría que fueron más vividas que nunca.

Y tampoco se equivocó Fredson en aquella ocasión, al día siguiente todo fue a peor. Poco tiempo después de amanecer, un grupo de personas vestidas con un uniforme marrón empezaron a pedir a los que no estábamos en cama, que les acompañáramos. Eran parte de la policía local y por sus rudas formas para con nosotros no se encontraban de muy buen humor.

Una vez que me despedí de Martín me junté con el grupo de personas a las que nos habían conminado a dejar solos a nuestros amigos o familiares. No intercambiamos muchas palabras, pero sí miradas, sí tristeza, sí miedo, y ese mismo miedo atenazó nuestras voces. No habíamos hecho nada malo, nada más allá de lo malo que alguien pueda considerar que es intentar sobrevivir. Lo peor de aquel momento no fue sentir la desaprobación, el rechazo de aquellos que no comprendían qué hacíamos allí, de aquellos que jamás serían capaces de ponerse en nuestro lugar; Lo peor fue constatar como nosotros mismos asimilamos una inexistente culpabilidad, puede que esto suene raro y redundante, pero se puede ser culpable de nada, que es ser culpable igualmente. Y cuando tú mismo te sientes así, no puedes reclamar una vida que tú mismo crees no merecer. Vencer a un derrotado no tiene mérito, y en aquél momento volvimos a recordar que nos habíamos quedado sin sitio en el mundo.

Vi a Fredson al salir del edificio y pude ver cómo me miraba con sus ojos enrojecidos y húmedos, me preguntó si podía hacer algo por mí.

-Si Martín se despierta- dije en voz alta mientras recibía empujones como advertencia para que no detuviera mi marcha-, intente ponerle unas zapatillas, unas que no tengan agujeros, por favor. ¡Y dígale dónde estoy!

El doctor hizo un gesto de asentimiento, y yo me encontré en un cuadro gris, con un viento gris dándome en la cara, con un cielo gris amenazando con calarme hasta los huesos una vez más y unos edificios grises gritando que aquél no era nuestro lugar.

Poco a poco, aquella horrenda procesión fue ganando integrantes cuando empezaron a juntarnos a todos los refugiados, creciendo además el número de personas que nos escoltaban. Por los atuendos de algunos de aquellos agentes estoy seguro de muchos de ellos no lo eran, eran voluntarios, personas que se habían presentado voluntarias para controlar que el “enemigo” se marchara.

Creo que a día de hoy, uno de los recuerdos más terribles que guardo es el de la gente que nos observaba como si de un pasacalles se tratara, al mismo tiempo que nos proferían insultos de todo tipo. Aquél aciago día fue un día de tristeza, de dolor y sobretodo de odio, y puedo prometerle al lector, que ser odiado por el simple hecho de vivir es algo tan duro que por momentos es capaz de dejarte sin respiración.

Caminamos por el empedrado irregular de aquellas calles durante más de media hora, y lo hicimos rodeados de preguntas e incertidumbre.

-¿Dónde nos llevan?- preguntó una mujer que llevaba a un niño de la mano.

-Tranquila, ya verá como solo es algo temporal, pronto nos encontrarán un sitio donde vivir- dijo un anciano de pelo blanco a mi lado-, ¿qué otra cosa puede ser sino?

A pesar de la convicción que aquél señor  pretendió dar a sus palabras casi nadie quedó convencido con aquella explicación. La gente murmuraba, y la tristeza más honda se intentaba combatir con una coraza de esperanza, una falsa lógica que a pesar de equivocada era un asidero al que agarrarse con todas nuestras fuerzas.

La calle por la que caminamos comenzó a alejarse de la zona urbana y ante nosotros apareció una imagen de pesadilla, una fábrica de piedra, abandonada y derruida en algunas de sus alas.

Las lágrimas afloraron en muchos de mis compañeros de viaje, e incluso alguna persona a la que ya soy incapaz de poner rostro cayó de rodillas al suelo.

Un hombre robusto  de rostro severo habló en voz alta desde la puerta que daba acceso a la verja del recinto, una verja que en su parte superior disponía de unos afilados salientes de alambre en los que una persona podía literalmente dejarse la piel.

El hombre fue correcto en su recibimiento pero yo era incapaz de prestarle atención, por un momento fui creyente, un hombre devoto que se encontraba a las puertas del infierno.

Pensé en Martín y agarre con todas mis fuerzas aquél pensamiento; Lo hice mientras me daba cuenta de lo ilusos que habíamos sido, habíamos pensado que nos ayudarían, creímos ser comprendidos y acogidos, y solo en aquél momento supimos lo que éramos, éramos prisioneros.

 

 

 

                                                                        Concluirá..

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