viernes, 26 de diciembre de 2014

EL VENTANAL


Aún recuerdo aquél día, paseaba o eso hacía ver, pues en realidad deambulaba perdido en mis propios pensamientos, discutiendo con todos mis otros yo; A veces es más fácil convencer a muchas personas sobre algo que lograr un consenso contigo mismo.

Cuando llegué a la convicción de que mis pensamientos me llevaban ante un muro infranqueable de mi propia mente,  volví a levantar la vista y caí en la cuenta de que mi paseo me había llevado hacia unas calles desconocidas, sin duda me encontraba muy lejos de la que entonces era mi residencia, estaba en otro lugar..

Con paso lento pero firme avancé, pues para bien o para mal no soy persona a la que agrade el retroceso ni donde digo algo luego lo desmiento. La calle en sí no tenía nada de especial, constaba de edificios que habían dejado atrás sus mejores días y que aunque llenos de movimiento en su interior daban la sensación de encontrarse estancados en otro tiempo a la vez que acumulaban la suciedad en sus fachadas.

De inmediato llamó mi atención una puerta de madera que parecía distinta a todos los elementos que uno hubiera esperado encontrar allí. La puerta en sí no tenía nada especial, parecía querer  fundirse con su grisáceo entorno en un intento velado de no llamar la atención. Desde que la vi pensé que aquél lugar no quería ser visto, pero sí ser hallado.

Pasé mi mano por la madera con tanta intensidad que cualquier transeúnte podía haberme confundido con un demente, y en el fondo no se hubiera equivocado.  Una demencia transitoria que me hacía llegar a sentir como una voz sin voz me llamaba desde el otro lado.

De alguna forma sabía que aquél lugar me quería, que allí sería bien recibido.

Retrocedí  tembloroso y emocionado unos pasos y observé todo lo que rodeaba a aquella puerta que me hablaba. Sobre la misma encontré una nueva sorpresa, una inscripción con las siguientes palabras: “EL VENTANAL”; Al principio no encontré sentido alguno a aquellas dos palabras, si era el nombre con el que alguien había bautizado aquél lugar, este no había tenido un momento de demasiada lucidez a la hora de hacerlo.

A riesgo de que aquella energía indescriptible que me llamaba fuese tan solo otra de las voces alojadas en mi cabeza, llamé con los nudillos a la puerta. No hubo respuesta en principio, pero fue como si todo el lugar se enfadara conmigo en aquél preciso instante, pude notarlo de manera tan real como las yemas de mis dedos notan las teclas con las que escribo lo acaecido.

Aunque los últimos rayos del sol habían desaparecido por completo la puerta continuaba siendo visible, como si dispusiera de luz propia. Entonces, de la nada, surgió una nueva inscripción en la puerta a la altura de mi ombligo. “Tenemos una campana”, ponía; Y al levantar la mirada comprobé que así era, sobre mi cabeza se erguía una pequeña y llamativa campana brillante de la que colgaba un cordel algo deshilachado. Con todo y siendo dueño de una obstinación infundada en el cúmulo de cualidades inútiles que puedo enumerar, decidí volver a llamar a la puerta con los nudillos; La reacción no se hizo esperar, nadie se asomó para reprenderme pero una nueva palabra se sumó a las dos anteriores. La inscripción ahora decía: “Ya tenemos una campana”.

Aunque suelo tropezar en un mismo error como buen ser humano que soy, decidí hacer caso a lo que se me decía y estiré el cordel.  Pasaron cinco segundos, no de esos que cuentas casi sin vocalizar cuando los enumeras en voz alta, si no cinco segundos de verdad. No escuché pasos ni sonido alguno proveniente del interior, pero sí que observé como la puerta comenzaba a abrirse con suavidad. Solo mi Yo cobarde amenazaba con salir corriendo, el resto se hallaban tranquilos y expectantes. Mientras la puerta se abría una luz cálida emergía de ella, El Ventanal parecía recibirme con un abrazo cariñoso;  Hablo de sensaciones del todo imposibles de transmitir en especial para un escritor más bien torpe como lo es un servidor.

Cuando la puerta se abrió del todo, pude ver la figura de lo que parecía ser un hombre, y digo “parecía” porque de todo buen viajero es sabido que otros seres se nos presentan mediante apariencias que según lo evolucionada que está nuestra propia mente nos son más o menos amables; Amabilidad sería un buen adjetivo sobre lo que me transmitió la mirada de aquella persona que me sonreía, y a la que de alguna forma ya conocía. Tenía unas gafas que no parecía que cumplieran su función habitual pues sus ojos me miraban por encima de las mismas, me estudiaban.

-Vamos, ya era hora de que vinieras, te estábamos esperando. No querrás quedarte ahí toda la noche.

No tuve tiempo de responder, ¿me conocían?, ¿me estaban esperando?, ¿Quiénes?

El hombre me atrajo hacia adentro  con un gesto de su brazo y casi en estado de trance hice lo que me demandaba.

-Me llamo ..

-Ya lo sé, yo me llamo David- me dijo casi como si estuviéramos llegando tarde a algo.

-¿Nos conocemos?- pregunté con torpeza.

-Todos nos conocemos, lo que cambia es cuándo y cuanto queremos hacerlo. Espera, parece que necesitas algo caliente- dijo desapareciendo tras unas cortinas de tela que parecían tapar alguna dependencia.

Aproveché para quitarme la chaqueta y la pequeña bufanda con las que había salido a la calle, allí dentro no tenía frío.

El primer vistazo al lugar me causó una impresión algo fría, una pequeña sala con una mesa sin nada reseñable en su centro y algunas sillas que ni siquiera conjuntaban eran lo más reseñable de la estancia. Por algún motivo yo había esperado, no sé, algo más..

David apareció de nuevo con una taza de algo que echaba humo y que olía tan bien como las infusiones que de pequeño me preparaba mi abuela, a la que jamás olvidaré.

-Te hará entrar en calor –me dijo dándome la taza al mismo tiempo que me cogía la ropa que me había quitado-, ven, te enseñaré dónde puedes dejar esto.

No sé porqué me dejaba llevar de un lado a otro a la voz de aquella persona, pero sentía que debía hacerlo; Poco tiempo después aprendería que David y El Ventanal eran una extensión el uno del otro.

Andamos hasta otra de aquellas cortinas de otra época, al apartarla reveló un largo pasillo, tan largo que en realidad nunca supe si terminaba, de hecho hoy día lo dudo. Andaba absorto en mis cosas cuando David abrió una puerta en cuyo interior había un ropero, con una capacidad casi para dejar mil abrigos en él. Me desconcertó aquello en un emplazamiento donde no parecía haber nadie y donde no cabía ni una décima parte con respecto a tal cantidad de ropa.

Después de cerrar la puerta David volvió por donde habíamos venido, dejándome solo por unos segundos en aquél pasillo. Pensé que me estaba volviendo loco pues me parecía escuchar el murmullo de muchas conversaciones a la vez. Y así, me decidí a atravesar de nuevo aquella cortina de tela.

Al volver a la sala principal no daba crédito a lo que mis ojos estaban viendo, la estancia era la misma pero a la vez era totalmente diferente. Había cuadros y libros por doquier, había una zona con mesas pequeñas y sobre todo estaba llena de gente. Gente hablando y debatiendo en un tono bajo y amigable.

Y hubo una nueva sorpresa, cuando iba a observar con mayor atención a los presentes algo capto por completo mi atención; Al fondo de la mesa se encontraba un enorme ventanal que parecía presidirla bajo su imponente mirada. Mi reacción fue inmediata, tuve que acercarme hasta él y mirar a través de sus cristales, y lo que allí vi me dejó sin respiración.

El Ventanal parecía estar flotando en mitad del universo y a lo lejos podía ver los dos mundos por separado, a un lado del de la razón y la lógica, al otro el de los sentimientos y las emociones, ambos parecían converger allí mismo; Y fue en ese mismo instante cuando mi mente pareció dejar abierta su puerta de par en par para entender la importancia de David y El Ventanal, lo especiales que ambos eran.

-A veces es necesario elevarse un momento sobre lo demás, alejarse y mirarlo desde un gran y transparente ventanal, ¿no crees, amigo?- dijo David mientras  ponía su mano derecha sobre mi hombro.

Fue una gran época, no mejor que otras pero sí una en la que aprendí y tuve ganas de aprender. La amistad de David no vino con imposición alguna, no había un “a cambio de”, el llevaba desde siempre cuidando del viajero, de aquél dispuesto a escuchar y ser escuchado.

Allí dentro me encontré con cientos de seres que al igual que yo buscaban un mayor conocimiento y saber en qué se equivocaban para aprender a ser mejores. Encontré a personas bastante mejores que yo; algunas dispuestas a tomar la responsabilidad más grande del mundo sacrificándose a sí mismas para ayudar a los demás, otras con tanta sabiduría a sus espaldas que uno solo podía sentirse un privilegiado al poder conversar con ellas y encima comprobar que lo hacían de buen grado; Llegué a conocer a seres tan evolucionados que no necesitaban oídos para poder escuchar y a los que no les hubiera hecho falta pronunciar palabra alguna, aunque me hicieran esa distinción, pues su lengua era tan bella y tan preciosas sus palabras que no hubieran necesitado voz que las estropease.

Allí conocí a muchas magníficas almas, gente que transcendía del tiempo y el lugar, que con el tiempo dejé de ver  pero nunca dejé de tener a mi lado. Fueron  y son mis amigos, mi familia.

Y pude hacer afortunadas a otras personas que yo mismo llevé hasta allí, al amor de mi vida por ejemplo.

El Ventanal  no cerraba las puertas a nadie, y aunque alguna alma gris entró nunca pasó una oscura pues sabía que allí solo se podía entrar desprovisto de equipaje y se corría el serio riesgo de salir transformado en un verdadero foco de luz. En mis viajes he aprendido que eso no le interesa a ningún ser oscuro, tienen miedo, en mi opinión, de darse cuenta de que la oscuridad se la han inventado ellos mismos.

Aprendí en aquellas deliciosas veladas que el ventanal cada día mostraba una imagen diferente; Aparte de la contemplada por mí, pude ver muchas otras. En algunas se mostraban mundos desconocidos para mí, en otras galaxias con disposiciones inverosímiles, universos dentro de universos, e incluso el exterior de la misma calle por la que yo había llegado.

Podía ver como las personas pasaban de un lado a otro sin reparar en nosotros, sin saber siquiera de la existencia del Ventanal, y una vez le pregunté a David al respecto.

-La mayoría de veces, solo vemos aquello que queremos ver. Lo que es cierto es que todos necesitamos ser vistos alguna vez – me respondió, dejándome como siempre con algo en lo que pensar.

Pasé tantos  momentos buenos allí y aprendí tanto que jamás podré devolver ni a David ni a los que allí conocí el conocimiento y la vida que me dieron, pero al menos he intentado no decepcionarlos usando aquello que ellos me enseñaron; Creo que eso lo he hecho bastante bien.

Con el tiempo, cuando estuve listo, El Ventanal dejó de aparecer en aquella calle gris, y mis visitas dieron, al menos momentáneamente, a su fin. Algo normal, por otro lado, pues yo debía proseguir con mi viaje, y cada uno con el suyo.

Cuando pienso en El Ventanal, en David, en los que allí conocí solo siento gratitud y cariño, no se puede olvidar lo que jamás va a desaparecer.

He pensado que era necesario escribir esto, hablar de ello, pues siento envidia, lo reconozco, siento envidia de algunas personas; Porque sé que alguna de esas personas ha paseado por alguna calle y se ha encontrado con una puerta, una puerta sobre la que hay una campana y una inscripción que reza lo siguiente: “El Ventanal”