Aún recuerdo aquél día, paseaba o eso hacía ver, pues en
realidad deambulaba perdido en mis propios pensamientos, discutiendo con todos
mis otros yo; A veces es más fácil convencer a muchas personas sobre algo que
lograr un consenso contigo mismo.
Cuando llegué a la convicción de que mis pensamientos me
llevaban ante un muro infranqueable de mi propia mente, volví a levantar la vista y caí en la cuenta
de que mi paseo me había llevado hacia unas calles desconocidas, sin duda me
encontraba muy lejos de la que entonces era mi residencia, estaba en otro
lugar..
Con paso lento pero firme avancé, pues para bien o para mal
no soy persona a la que agrade el retroceso ni donde digo algo luego lo
desmiento. La calle en sí no tenía nada de especial, constaba de edificios que
habían dejado atrás sus mejores días y que aunque llenos de movimiento en su
interior daban la sensación de encontrarse estancados en otro tiempo a la vez
que acumulaban la suciedad en sus fachadas.
De inmediato llamó mi atención una puerta de madera que
parecía distinta a todos los elementos que uno hubiera esperado encontrar allí.
La puerta en sí no tenía nada especial, parecía querer fundirse con su grisáceo entorno en un intento
velado de no llamar la atención. Desde que la vi pensé que aquél lugar no
quería ser visto, pero sí ser hallado.
Pasé mi mano por la madera con tanta intensidad que
cualquier transeúnte podía haberme confundido con un demente, y en el fondo no
se hubiera equivocado. Una demencia
transitoria que me hacía llegar a sentir como una voz sin voz me llamaba desde
el otro lado.
De alguna forma sabía que aquél lugar me quería, que allí
sería bien recibido.
Retrocedí tembloroso
y emocionado unos pasos y observé todo lo que rodeaba a aquella puerta que me
hablaba. Sobre la misma encontré una nueva sorpresa, una inscripción con las
siguientes palabras: “EL VENTANAL”; Al principio no encontré sentido alguno a
aquellas dos palabras, si era el nombre con el que alguien había bautizado
aquél lugar, este no había tenido un momento de demasiada lucidez a la hora de
hacerlo.
A riesgo de que aquella energía indescriptible que me
llamaba fuese tan solo otra de las voces alojadas en mi cabeza, llamé con los
nudillos a la puerta. No hubo respuesta en principio, pero fue como si todo el
lugar se enfadara conmigo en aquél preciso instante, pude notarlo de manera tan
real como las yemas de mis dedos notan las teclas con las que escribo lo
acaecido.
Aunque los últimos rayos del sol habían desaparecido por
completo la puerta continuaba siendo visible, como si dispusiera de luz propia.
Entonces, de la nada, surgió una nueva inscripción en la puerta a la altura de
mi ombligo. “Tenemos una campana”, ponía; Y al levantar la mirada comprobé que
así era, sobre mi cabeza se erguía una pequeña y llamativa campana brillante de
la que colgaba un cordel algo deshilachado. Con todo y siendo dueño de una
obstinación infundada en el cúmulo de cualidades inútiles que puedo enumerar,
decidí volver a llamar a la puerta con los nudillos; La reacción no se hizo
esperar, nadie se asomó para reprenderme pero una nueva palabra se sumó a las
dos anteriores. La inscripción ahora decía: “Ya tenemos una campana”.
Aunque suelo tropezar en un mismo error como buen ser humano
que soy, decidí hacer caso a lo que se me decía y estiré el cordel. Pasaron cinco segundos, no de esos que
cuentas casi sin vocalizar cuando los enumeras en voz alta, si no cinco
segundos de verdad. No escuché pasos ni sonido alguno proveniente del interior,
pero sí que observé como la puerta comenzaba a abrirse con suavidad. Solo mi Yo
cobarde amenazaba con salir corriendo, el resto se hallaban tranquilos y
expectantes. Mientras la puerta se abría una luz cálida emergía de ella, El
Ventanal parecía recibirme con un abrazo cariñoso; Hablo de sensaciones del todo imposibles de
transmitir en especial para un escritor más bien torpe como lo es un servidor.
Cuando la puerta se abrió del todo, pude ver la figura de lo
que parecía ser un hombre, y digo “parecía” porque de todo buen viajero es
sabido que otros seres se nos presentan mediante apariencias que según lo
evolucionada que está nuestra propia mente nos son más o menos amables;
Amabilidad sería un buen adjetivo sobre lo que me transmitió la mirada de
aquella persona que me sonreía, y a la que de alguna forma ya conocía. Tenía
unas gafas que no parecía que cumplieran su función habitual pues sus ojos me
miraban por encima de las mismas, me estudiaban.
-Vamos, ya era hora de que vinieras, te estábamos esperando.
No querrás quedarte ahí toda la noche.
No tuve tiempo de responder, ¿me conocían?, ¿me estaban
esperando?, ¿Quiénes?
El hombre me atrajo hacia adentro con un gesto de su brazo y casi en estado de
trance hice lo que me demandaba.
-Me llamo ..
-Ya lo sé, yo me llamo David- me dijo casi como si estuviéramos
llegando tarde a algo.
-¿Nos conocemos?- pregunté con torpeza.
-Todos nos conocemos, lo que cambia es cuándo y cuanto
queremos hacerlo. Espera, parece que necesitas algo caliente- dijo
desapareciendo tras unas cortinas de tela que parecían tapar alguna
dependencia.
Aproveché para quitarme la chaqueta y la pequeña bufanda con
las que había salido a la calle, allí dentro no tenía frío.
El primer vistazo al lugar me causó una impresión algo fría,
una pequeña sala con una mesa sin nada reseñable en su centro y algunas sillas
que ni siquiera conjuntaban eran lo más reseñable de la estancia. Por algún
motivo yo había esperado, no sé, algo más..
David apareció de nuevo con una taza de algo que echaba humo
y que olía tan bien como las infusiones que de pequeño me preparaba mi abuela,
a la que jamás olvidaré.
-Te hará entrar en calor –me dijo dándome la taza al mismo
tiempo que me cogía la ropa que me había quitado-, ven, te enseñaré dónde
puedes dejar esto.
No sé porqué me dejaba llevar de un lado a otro a la voz de
aquella persona, pero sentía que debía hacerlo; Poco tiempo después aprendería
que David y El Ventanal eran una extensión el uno del otro.
Andamos hasta otra de aquellas cortinas de otra época, al
apartarla reveló un largo pasillo, tan largo que en realidad nunca supe si
terminaba, de hecho hoy día lo dudo. Andaba absorto en mis cosas cuando David
abrió una puerta en cuyo interior había un ropero, con una capacidad casi para
dejar mil abrigos en él. Me desconcertó aquello en un emplazamiento donde no
parecía haber nadie y donde no cabía ni una décima parte con respecto a tal
cantidad de ropa.
Después de cerrar la puerta David volvió por donde habíamos
venido, dejándome solo por unos segundos en aquél pasillo. Pensé que me estaba
volviendo loco pues me parecía escuchar el murmullo de muchas conversaciones a
la vez. Y así, me decidí a atravesar de nuevo aquella cortina de tela.
Al volver a la sala principal no daba crédito a lo que mis
ojos estaban viendo, la estancia era la misma pero a la vez era totalmente
diferente. Había cuadros y libros por doquier, había una zona con mesas
pequeñas y sobre todo estaba llena de gente. Gente hablando y debatiendo en un
tono bajo y amigable.
Y hubo una nueva sorpresa, cuando iba a observar con mayor
atención a los presentes algo capto por completo mi atención; Al fondo de la
mesa se encontraba un enorme ventanal que parecía presidirla bajo su
imponente mirada. Mi reacción fue inmediata, tuve que acercarme hasta él y
mirar a través de sus cristales, y lo que allí vi me dejó sin respiración.
El Ventanal parecía estar flotando en mitad del universo y a
lo lejos podía ver los dos mundos por separado, a un lado del de la razón y la
lógica, al otro el de los sentimientos y las emociones, ambos parecían
converger allí mismo; Y fue en ese mismo instante cuando mi mente pareció dejar
abierta su puerta de par en par para entender la importancia de David y El
Ventanal, lo especiales que ambos eran.
-A veces es necesario elevarse un momento sobre lo demás,
alejarse y mirarlo desde un gran y transparente ventanal, ¿no crees, amigo?-
dijo David mientras ponía su mano
derecha sobre mi hombro.
Fue una gran época, no mejor que otras pero sí una en la que
aprendí y tuve ganas de aprender. La amistad de David no vino con imposición
alguna, no había un “a cambio de”, el llevaba desde siempre cuidando del
viajero, de aquél dispuesto a escuchar y ser escuchado.
Allí dentro me encontré con cientos de seres que al igual
que yo buscaban un mayor conocimiento y saber en qué se equivocaban para
aprender a ser mejores. Encontré a personas bastante mejores que yo; algunas
dispuestas a tomar la responsabilidad más grande del mundo sacrificándose a sí
mismas para ayudar a los demás, otras con tanta sabiduría a sus espaldas que
uno solo podía sentirse un privilegiado al poder conversar con ellas y encima
comprobar que lo hacían de buen grado; Llegué a conocer a seres tan
evolucionados que no necesitaban oídos para poder escuchar y a los que no les
hubiera hecho falta pronunciar palabra alguna, aunque me hicieran esa
distinción, pues su lengua era tan bella y tan preciosas sus palabras que no
hubieran necesitado voz que las estropease.
Allí conocí a muchas magníficas almas, gente que transcendía
del tiempo y el lugar, que con el tiempo dejé de ver pero nunca dejé de tener a mi lado.
Fueron y son mis amigos, mi familia.
Y pude hacer afortunadas a otras personas que yo mismo llevé
hasta allí, al amor de mi vida por ejemplo.
El Ventanal no
cerraba las puertas a nadie, y aunque alguna alma gris entró nunca pasó una
oscura pues sabía que allí solo se podía entrar desprovisto de equipaje y se
corría el serio riesgo de salir transformado en un verdadero foco de luz. En
mis viajes he aprendido que eso no le interesa a ningún ser oscuro, tienen
miedo, en mi opinión, de darse cuenta de que la oscuridad se la han inventado
ellos mismos.
Aprendí en aquellas deliciosas veladas que el ventanal cada
día mostraba una imagen diferente; Aparte de la contemplada por mí, pude ver
muchas otras. En algunas se mostraban mundos desconocidos para mí, en otras
galaxias con disposiciones inverosímiles, universos dentro de universos, e
incluso el exterior de la misma calle por la que yo había llegado.
Podía ver como las personas pasaban de un lado a otro sin
reparar en nosotros, sin saber siquiera de la existencia del Ventanal, y una
vez le pregunté a David al respecto.
-La mayoría de veces, solo vemos aquello que queremos ver. Lo
que es cierto es que todos necesitamos ser vistos alguna vez – me respondió,
dejándome como siempre con algo en lo que pensar.
Pasé tantos momentos
buenos allí y aprendí tanto que jamás podré devolver ni a David ni a los que
allí conocí el conocimiento y la vida que me dieron, pero al menos he intentado
no decepcionarlos usando aquello que ellos me enseñaron; Creo que eso lo he
hecho bastante bien.
Con el tiempo, cuando estuve listo, El Ventanal dejó de
aparecer en aquella calle gris, y mis visitas dieron, al menos momentáneamente,
a su fin. Algo normal, por otro lado, pues yo debía proseguir con mi viaje, y
cada uno con el suyo.
Cuando pienso en El Ventanal, en David, en los que allí
conocí solo siento gratitud y cariño, no se puede olvidar lo que jamás va a
desaparecer.
He pensado que era necesario escribir esto, hablar de ello,
pues siento envidia, lo reconozco, siento envidia de algunas personas; Porque
sé que alguna de esas personas ha paseado por alguna calle y se ha encontrado
con una puerta, una puerta sobre la que hay una campana y una inscripción que
reza lo siguiente: “El Ventanal”